domingo, 20 de diciembre de 2009

Cercle. Al otro lado de los Pirineos

Primero de todo disculpad mi largo silencio, últimamente estoy demasiado liado como para poder dedicarme a la escritura todo lo que yo quisiera.

Tal como me sugirieron Alejandro, Emilio y algún otro compañero, voy colgar en esta entrada algunos breves párrafos tomados al azar de mi novela "Cercle". Por supuesto entenderé que estos pasajes, así sueltos y fuera de contexto, no os sugieran nada de nada, y es que no hay nada literariamente magistral en ellos, mas quiero destacar que representan pequeñas instantáneas de una fenómenal epopeya que no termina ni mucho menos en el primer libro publicado pese a sus quinientas páginas de denso contenido. ¿Un rollo?, probablemente lo sea para muchísima gente, pero estoy convencido de que cuenta con un público propio, personas que anhelan la lectura de insólitas aventuras épicas medievales de extraordinaria verosimilitud. Ahí van esas líneas:



"En lo que respecta a los animales, entre los ya perdidos y los que ahora dejaban, disponían de doce menos después de poco más de tres días de campaña. Concretamente, la muerte de los cuatro corceles constituía, amén de la terrible pérdida de un ser querido para su dueño, un desastroso quebranto económico, y otro tanto ocurría, aunque en un grado menor, con los caballos de otras clases y las mulas".

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"El Mariscal había fijado el precio de los tarros en diez veces lo pagado por ellos, siguiendo las recomendaciones del joven vendedor que se los proporcionó, aunque para la mayoría de los cruzados estaban sólo al doble de su importe. Aparte de aquel, nada más conocían el montante real de la operación el padre Johannes e Ibeloki, que habían prometido mantener el secreto".

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"En realidad el posadero no estaba poniendo en duda la honorabilidad del grupo de jóvenes caballeros y escuderos, ni mucho menos la del devoto templario, pero si la del capitán que los comandaba, y lo hacía así porque ya había experimentado en carne propia lo poco que a veces valía su palabra. Exigió que fuera uno de los parientes del Conde de Etelnon el que se quedara en prenda hasta el regreso de los otros".

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"Una vez fuera, montó y espoleó a su inquieto bravantés de capa castaña que arrancó al galope con la fuerza de un toro.No podía permitirse haber fracasado y seguir viva, el honor de su clan y la memoria de sus muertos, pero sobre todo la Gloria de Dios, le exigían hacer algo más".